viernes, 3 de mayo de 2019

WENCESLAO LOSA RANGIL

CAMPISÁBALOS, EN TIEMPOS DE DON WENCESLAO LOSA.
Maestro de la población, dejó la crónica de lo que allí sucedió en las primeras décadas del siglo XX


   En el mes de mayo de 1912 se hacía cargo de la escuela de niños de Campisábalos, a la que por entonces asistían dos docenas de chiquillos, don Wenceslao Losa Rangil.

   Eran tiempos en los que los maestros de estos nuestros pueblos iban y venían de uno a otro ya que la mayoría de ellos solían ser interinos. Quienes tenían la suerte de obtener la plaza en propiedad echaban raíces en sus respectivos pueblos de destino y pasaban a ser, como el cura o el sargento de la Guardia civil, donde lo había, una autoridad más del municipio.



   En estos años en los que don Wenceslao llegaba a Campisábalos los maestros las pasaban, como diríamos hoy coloquialmente, canutas. Y no precisamente por el comportamiento de los alumnos, que en ocasiones también, sino por el maltrato, a la hora de los pagos, por parte de los municipios, encargados de pagar al maestro en la mayoría de los casos, estando obligados a darles casa-habitación, que en no pocas ocasiones tampoco reunía, al igual que la escuela, las mínimas condiciones de habitabilidad.

   Dos Wenceslao Losa Rangil, maestro que fue de Campisábalos, entre otros lugares del rincón serrano de la provincia de Guadalajara, y limítrofes de la de Soria, no era de la serrana tierra, pues vino al  mundo en Barbatona, lugar de reconocida advocación mariana agregado de Sigüenza; allí  nació en 1863.

   Obtuvo el título en 1887, en Guadalajara, una profesión que tardaría algunos años en ejercer, pues su primer empleo fue como Secretario del Ayuntamiento de Padilla del Ducado, con un salario de 300 pesetas anuales, de las del año de gracia de 1888.

   Dejó Padilla por Villarejo de Medina, donde cobraba doscientas pesetas más; de Villarejo de Medina pasó al Ayuntamiento de Aldeanueva de Atienza, el último año  del siglo XIX, con una asignación anual de 100 pesetas, cobradas por trimestres vencidos, más media fanega de centeno y una arroba de patatas por cada vecino a cobrarse, patatas y centeno, o trigo metadenco, como se denominaba por estas tierras al centenoso, por San Miguel de septiembre, que es mes de ajustes y santo pagadero; de ahí que en no pocos municipios se le haya apellidado, para diferenciarle del de mayo, el Pagador, o el rico, que tanto da.


   Al oficio de secretario municipal, y judicial, en Aldeanueva de Atienza, tenía que añadir el de sacristán y organero de su iglesia. Oficios que iban parejos en muchos casos a la enseñanza, que comenzó a ejercer en Aldeanueva. En 1903 pasó a desempeñar iguales cargos en Estriégana; en 1904 estaba en Baños de Tajo; en 1908 pasó a Romanillos de Medinaceli, y como al comienzo apuntábamos, en 1912 llegó a Campisábalos.

   En todos los pueblos citados, y en Montarrón y en Brihuega, le dejaron a deber alguna mensualidad que reclamó una y otra vez, a lo largo de los años hasta que terminó por aburrirse, se jubiló  y quedó la deuda pendiente.

   Fue hombre de acción por estas tierras, como lo solían ser los maestros de estos pueblos, conocedores de que, de no ser por ellos, la cultura  no tendría lugar.

   Campisábalos era entonces un poblachón serrano de lo mejor de la Serranía, rondando los setecientos vecinos, siendo su alcalde don Mariano Liceras, quien sustituyó a don Juan Francisco Ricote, y a quien reemplazó don Juan de Miguel. Un pueblo dedicado a la ganadería, con unas cuantas miles de cabezas de lanar pastando en su término y haciendo entonces la trashumancia a Extremadura. Pueblo en el que los Lozano Manrique hicieron lo mayor de su fortuna antes de aposentarse, ricos y hacendados, en la Atienza del siglo XVIII, donde levantaron elegantes y señoriales casas en su calle principal, la hoy de Cervantes y entonces de la Zapatería. Y de dónde las tropas carlistas del cura Batanero, sacaron de debajo de un montón de trigo a don Baltasar Carrillo Manrique Lozano, el personaje por excelencia de estas tierras a lo largo del siglo XIX.

   Como todo hidalgo que preciarse quiera, también los Lozano disputaron en su localidad natal un lugar en el camino del paraíso, mandándose enterrar, los que no lo hicieron en el convento de San Francisco de Atienza, en el lado del Evangelio de la iglesia de su pueblo; los otros hacendados de la localidad, los Márquez, se habían pedido el lado de la Epístola.

   Ninguna de las dos familias superaría la grandeza funeraria de don Galindo Galindez, el templario caballero que llegado de las Galias se levantó toda una capilla, casi iglesia, transformando la original de la población.

   Nada tenía que ver entonces la iglesia parroquial de San Bartolomé de Campisábalos con lo que hoy se muestra a quienes por la localidad pasan y la admiran; la iglesia de San Bartolomé por aquellos tiempos era pura ruina, y lo continuó siendo durante muchos años más.

   La escuela también, que se encontraba en la calle de la Iglesia; la de niños, y la de niñas, a pesar de que las maestras no aguantasen en la población, en la mayoría de los casos, ni medio curso. Como doce o catorce fueron las maestras que pasaron por aquella escuela durante los años en que estuvo como maestro don Wenceslao, y como cura don Toribio Llorente, quien murió en 1926 y a quien sustituyó don Constantino Álvaro, nacido en Paredes de Sigüenza y quien terminó siendo arcipreste de la villa de Atienza, donde murió en 1965.

   Pocas novedades se vivían al año en Campisábalos, salvo las de las fiestas patronales, y las visitas anuales, al reclamo de la codorniz, del Conde de Romanones, quien reinó como amo y señor, durante años, los cazaderos de todos estos pueblos.

   Don Wenceslao no era cazador, pero fue un hábil cronista que nos dejó, a través de sus líneas, los aconteceres de la localidad. El devenir de la vida del pueblo por aquellos años, pues hay historias que ni recogen las enciclopedias ni los grandes historiadores, más datos a descubrirnos las hazañas de los personajes de adarga, rocín y lustre en el apellido.


   Don Wenceslao Losa se dedicó a contarnos cómo se celebraban aquellas fiestas patronales que los de Campisábalos aguardaban todos los años. Las fiestas de Santa María Magdalena y de San Bartolomé, cuando a ambos los sacaban en procesión por las calles del pueblo, precedidos por aquellos danzantes que, como en Galve, Hijes, Ujados o los Condemios, les iban abriendo paso a ritmo de dulzaina y de tambor.

   Y es que, por estos nuestros pueblos, en los que hoy se respira el aire más sano en muchos kilómetros a la redonda, los maestros como don Wenceslao escribieron la memoria de un tiempo que, si ellos no lo hubiesen hecho, se nos habría perdido.

   Se jubiló don Wenceslao Losa Rangil a los 63 años de edad, en 1926; regresó a su natal Barbatona y Campisábalos comenzó a dormitar al embrujo de sus milenarias leyendas.

   Parece que lo vemos, por las calles de Campisábalos, dirigiéndola: La procesión recorrió las principales calles del pueblo, guiada por el niño Gerónimo Losa Barbolla tocando la campanilla, y un niño con su cruz alzada, acompañados de dos grandes filas de niños de la escuela regentada por el profesor don Wenceslao Losa Rangil; bailaban la danza ocho jóvenes del pueblo haciéndolo admirablemente…

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 3 de mayo de 2019