lunes, 15 de julio de 2019

ANA DE MENDOZA. La princesa del parche en el ojo

ANA DE MENDOZA.
La princesa del parche en el ojo


   Que, a juicio de no pocos historiadores y estudiosos de su vida y obra fue, lo del parche, una coquetería de la ilustre dama. A juicio de otros muchos consecuencia de un accidente cuando, jugando a juegos de niños, o bien se pinchó con la punta de un florete o se dio un trastazo con ell diávolo, en su Cifuentes natal. Todo pudo ser.

   Lo que está claro es que, sea como fuere, doña Ana de Mendoza –Ana Juana de Mendoza de la Cerda y de Silva y Álvarez de Toledo, con otros muchos apellidos y nombres más-, es, sin lugar a dudas, la tuerta –real o fingida- más famosa del panorama histórico provincial de Guadalajara y, puede, que de una importante parte de Europa. 



   Su vida, en cuanto se refiere a juventud e infancia, se resume brevemente porque, como escribió uno de sus primeros biógrafos, Gaspar de Muro, cuando sacaba los pies de las alforjas el siglo XIX, en aquel periodo vivió tranquila y feliz,  en la casa de sus abuelos, los condes de Cifuentes, en la que nació a finales del mes de junio de 1540, siendo bautizada por don Juan de la Cerda el día 29 de aquel mes y año. En el bautismo, al parecer, se la impuso el nombre de Juana, por su tío, Juan de Silva; el de Ana se le dio para recordar el nombre de su abuela. Hija única, y rica heredera de un gran patrimonio, además de larga lista de títulos nobiliarios, estaba destinada a casarse con un igual, sino superior, ajustándose su matrimonio cuando doña Ana contaba con la casi infantil edad de 12 años y no llevaba parche, con don Ruy Gómez de Silva, menino que fue de la emperatriz Isabel, con quien llegó desde el vecino Portugal, y quien la triplicaba en años, puesto que ya había cumplido los 36. Así que, dada la edad de la novia, a pesar de que las capitulaciones se firmaron en 1553, todavía se tuvo que esperar unos años, hasta 1557, para que se consumase el matrimonio.

   Que fue prolífico en hijos, pues que dieron al mundo a D. Diego, quien a tierna edad falleció en Toledo; a Doña Ana, quien casó con el duque de Medinasidonia (y dio nombre al famoso Coto de Doñana); D. Rodrigo II –Ruy-, que fue segundo duque de Pastrana; D. Diego de Silva, que llevó el título de duque de Francavilla; D. Pedro de Silva y Mendoza, que murió siendo niño; D. Ruy Gómez de Silva, que alcanzó el marquesado de Eliseda; D. Fernando de Silva, que se metió a fraile y tomó el nombre de su antepasado don Pedro González de Mendoza y, como aquel, fue obispo en alguno de sus mismos obispados; Doña María de Mendoza y doña María de Silva, que murieron siendo niñas; y doña Ana, la doña Anita que acompañó a su madre hasta sus últimos días de encierro en encierro a través de castillos y palacios..

   Su reinado en el mundo de la historia comenzó cuando, siendo ella todavía joven el 29 de julio de 1573 quedó viuda. Y como doña Ana y su marido habían solicitado en vida la fundación en sus tierras de dos conventos de carmelitas descalzas en Pastrana, a doña Ana no se le ocurrió mejor manera que pasar en el resto de sus días en uno de ellos. Dejó el mundo de los vivos, entregó a sus parientes la tutela de sus hijos, y se metió a monja. A pesar de que, acostumbrada al mundo de los vivos no se hizo al del rezo y la oración hasta el punto de que, las monjitas que compartían con ella la vida claustral, hicieron las maletas y la dejaron sola. Hasta que la propia doña Ana se convenció, quizá tras su encuentro con la Santa de Ávila, Santa Teresa de Jesús, de que no nació para ser monja.




   Quizá por  ello regresó a la corte, establecida ya en Madrid, para ser en ella una especie de reina en la sombra. La mujer que se encontraba detrás de cada esquina cuando, sin gacetillas que hiciesen correr en la corte los rumores, lo hacían las lenguas de los cortesanos en las gradas de San Felipe el Real, aquello que los madrileños llamaban, para designarlo finamente: “los mentideros de la Corte”.

   Quizá de aquellas gradas y mentideros de la villa salió que doña Ana compartía aposentos con el Rey; o su Secretario de Estado, el todopoderoso Antonio Pérez del Hierro, o…, con cualquiera de quienes, a diario, ostentaban en Madrid títulos y poseían hacienda.

   Que se alió con D. Antonio Pérez del Hierro, alcarreño de pro, parece que no hay demasiadas dudas; tampoco, se dice, haberlas demasiado, en torno a sus encuentros con el Rey Prudente, don Felipe II a quien, quizá los celos, llevaron a que nuestra princesa penase sus días de torre en torre, convertida, por azares del destino, en una especie de Mata-Hari del siglo XVI. La mujer, al decir de muchos, más independiente, inteligente y pasional de su tiempo. A la que, por si fuera poco todo lo anterior, se la colgó el sambenito de estar detrás de aquel duelo de sables que en lo oscuro de los callejones terminaron con la vida de otro cortesano de rompe y rasga, nada menos que de don Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria, hermanastro del rey don Felipe, cuando don Juan de Austria se disponía a coronarse rey de algún reino, pidiendo su coronación al Papa de Roma y el Papa de Roma le dijo que, antes de ser rey, conquistase un reino, y en ello, parece, andaba la cosa.

   De aquellas intrigas, o de aquellos reales celos, llegó la orden de prisión de don Antonio Pérez y de su fiel asociada, doña Ana de Mendoza. Puso tierra de por medio el Pérez, y doña Ana fue llevada en prisión de torre en torre. De Pinto a Santorcaz y de aquí a su casi real Palacio de Pastrana. Una de aquellas mansiones que, a la moda de aquellos siglos, trataba de asemejarse al alcázar que cualquier rey podía levantarse. Hermoso y grandioso como pocos palacios de la provincia, al que llegaría para permanecer en él, en lo que hoy llamaríamos “arresto domiciliario”, en compañía de su hija Ana, de su servidumbre, y de la guardia real, hasta el fin de sus días.

   Cuenta la leyenda, o una parte de la historia convertida en leyenda, que nuestra Ana de Mendoza, la Mata-Hari del siglo XVI, la princesa del parche en el ojo, llegó a Pastrana, para comenzar a cumplir su arresto de por vida en el año de gracia de 1581. Y cuenta la leyenda que una hora, día tras día, se la permitía asomarse a través de la enrejada de sus aposentos-prisiones, a la plaza y paisaje pastranero. De aquello surgió la plaza, reja y ventana de “la hora”.



   La historia dice que doña Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, murió joven, o mayor para la época, el 2 de febrero de 1592, cuando todavía no había cumplido los 52 años de edad, de una vida intensa y novelesca. La novela la encumbró a la cima de la historia patria, y la leyenda, gracias a la novela, se ensanchó con el cine americano, que llevó a las pantallas el guion que escribiese quien abrió la puerta a que, con posterioridad a Kate O’Brien, tomaron a doña Ana como eje de sus embelesos literarios.

   Convirtiéndose, doña Ana de Mendoza, en ejemplo, más que de mujer de un tiempo, en la rebelde que lo quiso marcar; dotando a la ciudad en la que murió de ese halo casi místico que acompaña a los personajes que pasan, de la realidad, a la leyenda. Y pocos ignoran, en España, quién fue la princesa del parche en el ojo. Y en qué ojo llevaba aquel parche de seda negra; a pesar de que, en alguna serie de televisión, por aquello de que a la protagonista no le sentaba bien llevarlo en uno, se lo puso en el otro. Incrementando, con ello, la leyenda de la mujer más nombrada de esta provincia de Guadalajara, tan mendocina y… llena de encanto leyendario a través de personajes como doña Aña, la Princesa del Parche en el Ojo.

Véase, en esta sección: “Antonio Pérez, el villano de la historia”.

   Ana de Mendoza y de la Cerda, Princesa de Éboli, nació en Cifuentes (Guadalajara), en los últimos días del mes de junio de 1540. Falleció en Pastrana (Guadalajara), el 2 de febrero de 1592.

Tomás Gismera Velasco
Gentes de Guadalajara
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