viernes, 25 de enero de 2019

HERMENEGILDO, SINFORIANO, Y SUS BOTARGAS. Sinforiano García Sanz y Hermenegildo Alonso Herranz dedicaron a ellas parte de sus vidas

HERMENEGILDO, SINFORIANO, Y SUS BOTARGAS.
Sinforiano García Sanz y Hermenegildo Alonso Herranz dedicaron a ellas parte de sus vidas


   Uno les tallaba las caretas, las castañuelas y las cachiporras, Hermenegildo; el otro las sacaba al mundo de la cultura y el libro, Sinforiano.

   Hermenegildo Alonso Herranz, que ha pasado a la historia etnográfica provincial como “Mere”, o mejor, “el Mere”, que el artículo anteponiéndose al nombre es tan asunto del pueblo como el lavadero, el castillo o la torre del reloj. Sinforiano García Sanz es, para la literatura provincial, “Sinfo”.



  Hermenegildo, Mere, se hizo popular como tallador de caretas, castañuelas y cachiporras. Así como por desempeñar dicho papel, el de botarga, tanto en el pueblo de su nacimiento, Beleña de Sorbe, como en el que lo acogió en la segunda parte de su vida, Arbancón.

   Beleña es uno de esos pueblos en los que la tradición mandó que a sus calles saliese, en tiempo de frío, la botarga, que se asimiló a la Candelaria y aparece cada 2 de febrero con sonido de campanillas y cencerros para acompañar a la Virgen de las Candelas en la procesión; en la iglesia y, llegado el final del acto, organizar su fiesta a las puertas del templo, naranja viene y va. Con sus ritos, sus bufidos infernales y un toque en la nariz, que quiere llamar a la Naturaleza, para que el invierno acabe y llegue la primavera con su fértil alegría. 






   Llegar a ser botarga del pueblo venía a ser, en tiempos pasados, en los presentes también, un honor. Un título que colgar a la tradición familiar, pues en muchos casos el botarga nuevo que suple al viejo es el hijo del que lo deja y que, a su vez, sustituyó al abuelo del joven. Y es que el botarga sale, canta y baila mientras las fuerzas le aguanten y las piernas le resistan.

   Mere fue botarga de Beleña los siete mejores años de su vida, entre los veintisiete y los treinta y cuatro; desde Beleña se trasladó a Arbancón y aquí asentó sus reales con los cincuenta cumplidos. Nació en el primer pueblo en 1915, y llegó a Arbancón en 1965 y aquí, entre oficio y oficio, comenzó a tallar caretas; la primera fue la de Beleña, mucho tiempo atrás, después de que se les rompiese con el paso de una a otra mano, la original. A partir de ahí le cogió el gusto y se convirtió en el Picasso de las botargas que lo mismo vendía que regalaba a las puertas de su taller arbanconero de la calle del Trebuquejo. Hoy su nombre es nombre de museo, pues se le recuerda en el de las tradiciones de su último pueblo, en el que falleció a punto de cumplir los 80 años, y después de haber añadido a su historial el haber salido, como botarga de Arbancón, tres años más.

Hermenegildo Alonso Herranz, tallador de caretas, botarga y artesano


   Sinforiano García Sanz es otra historia. Sinfo nació unos años antes, el 8 de junio de 1911, y falleció uno después, el 23 de junio de 1995. Nacía en una época en la que se conservaba casi intacto todo un acervo folclórico que formaba parte de la identidad cultural de un gran número de poblaciones en las que enmascarados y botargas, acudían a su representación anual en el momento en el que las nieves comenzaban a teñir, que entonces lo hacían con ganas, los picachos del Ocejón, continuando su escandaloso cencerreo más allá de los primeros fríos invernales, cuando las cigüeñas comenzaban, por San Blas, a ocupar sus viejos nidos en las centenarias torres de las iglesias de la zona.




   Nació en Robledillo, en una familia de labradores, y con apenas once años marchó a Madrid para iniciarse en el trabajo como chico de los recados en un almacén de confección, en el que se forjaría como sastre y donde permanecería hasta que por edad fue llamado a servir a la Patria. Con anterioridad a su partida al servicio militar ya se había adentrado en el mundo del libro, a través del Centro de Estudios Históricos, donde como ayudante había comenzado a relacionarse con alguno de aquellos hombres que por la década de 1920 comenzaban a dar cuerpo a los estudios sobre el folclore, provincial y nacional, que trataban de dejar reseña de lo que fueron todas aquellas representaciones que iniciaban un largo otoño, con amenaza de quedar dormidas en el arcón de los recuerdos de los viejos camarotes de las casas labriegas. Al término del servicio regresó a su antiguo trabajo en el Centro de Estudios, hoy Consejo Superior de Investigaciones Científicas, e inició su relación más estrecha con aquellos personajes provinciales que ya andaban a la caza de botargas, de enmascarados, de viejos ritos de la Semana Santa, de mayos y cantos alcarreños, o de ancestrales festejos en torno a los cuales se reunían nuestros mayores a rascar la cristalina botella de anís sin anís o sacar sonidos misteriosos de la boca de un cántaro desportillado.

   Nunca fue hombre de letras universitarias, que cuando hay amor a la tierra y deseos de engrandecerla parece que los libros sobran, lo mismo que los títulos, pues se escriben a diario con el empeño mismo de dejar para las generaciones futuras la ciencia de lo sentido y lo vivido. Así, cuando ya su ciencia estaba en sazón, comenzó a elaborar sus trabajos, montando su propia librería en la entreplanta de un caserón madrileño de la calle de Fuencarral. 

Sinforiano García Sanz, recopilador de botargas


   Entre viejos tomos con olor a papel rancio se fue descubriendo como verdadero recopilador del folclore guadalajareño, de sus dichos y decires, de sus ya deshilachados vestuarios que comenzaban a dormitar envueltos en bolas de alcanfor en los baúles recónditos de los camarotes. A forjarse en el estudio de los antiguos caserones, de los instrumentos musicales que espantaron las noches de la penumbra alcarreña o de las danzas que fueron y comenzaban a dejar de serlo; siguiendo a don Gabriel María Vergara, quien hizo otro tanto.

   Dicen quienes mejor le conocieron, y lo dicen con la certeza de quien no teme equivocarse, que Sinforiano García Sanz fue el auténtico descubridor de las botargas alcarreñas, de esas que, al día de hoy, se han convertido en signo de identidad festiva del invernal reposo de Guadalajara. Y cierto ha de ser, puesto que en sus trabajos recopilatorios sobre botargas y enmascarados figuran las que hoy son y las que fueron, en número tan elevado que, tratando de llegar a él, no hay año que desde que Sinforiano se marchó para siempre, no surja una nueva, como testimonio que lo trata de recordar y hacer presente.

Botarga de Beleña, la primera careta que talló Hermenegildo


   Entre sus trabajos, dedicados más a la investigación que al adorno literario,  dejó reseña escrita de sus “Botargas y enmascarados alcarreños, (Notas de etnología y folclore)”, que vio la luz en su primera parte en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, corriendo el año de 1953. Trabajo completado en los Cuadernos de Etnología de Guadalajara, y su número 1, en 1987, cuando Sinforiano García Sanz se había convertido, simplemente, en Sinfo. Unos trabajos que, recopilados todos, volvieron a ser, para memoria del tiempo, páginas de libro, en el titulado “Su obra”, añadida a su nombre, que forjó el número 2 de la colección literaria Guadamadrid, de la Casa de Guadalajara en la capital del reino, y que fue una especie de colofón a su vida, puesto que apareció al año de su muerte. El libro quiso ser, y lo es, a la par que un homenaje, la recopilación entera y verdadera de su obra. Pieza de estudio.

   Fue Sinforiano, sin duda, el descubridor y padre literario de los etnógrafos y etnólogos de la Guadalajara que, despertando del sueño, abrió los ojos a los últimos años del siglo XX, y a los comienzos del XXI. Mere, el personaje que las cubría la cara con sus caretas de madera de nogal. Los dos, hombres de menguada talla y gran corazón, como el de la tierra que, por estos días late, y latirá, a son de campanilla, zumba y cencerro; desde las faldas blancas del Ocejón, a las llanadas alcarreñas de Peñalver.

   Y es que las botargas son de ahora, de tiempo frío y de nieve. Y reclamo para el turisteo; y hoy las tenemos presentes en las cuatro estaciones del año, que nunca vienen mal para recordarnos que por Arbancón o Beleña, por Almiruete o Robledillo, Condemios o Galve, la memoria de lo nuestro, y de los nuestros, está presente en cada plaza de nuestros pueblos.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, viernes, 25 de enero de 2019