ANA HERNANDO, LA CERERA DE PALACIO
Su memoria permanece viva en la historia de
Atienza
Cuando doña
Ana Hernando vio la luz del mundo, Atienza era una de las principales
poblaciones de la hoy provincia de Guadalajara, que incluso contaba con al
menos dos hospitales de cierta entidad, San Julián y San Antón.
El Hospital de San Julián dependía del
Concejo, mientras que el de San Antón estaba regido por la congregación de
frailes del mismo nombre. Alzándose el de San Julián junto a uno de los portillos
de la muralla, el de Palacio, en los arrabales de San Gil; y el de San Antón
extramuros de la villa, junto al antiguo barrio de San Salvador, frente a la
primitiva Puerta de la Villa, por debajo de la iglesia de Santa María del Rey,
o la Real.
Todavía, en nuestros días, se mantiene el
antiguo hospital de San Julián, con la misma estructura con la que lo dejó el
siglo XVII; mientras que el de San Antón, tras la expulsión de los antonianos y
los avatares de la Guerra de la Independencia, en la que fue incendiado,
terminó por desaparecer. Sobre su solar se alzó, en 1930, el primer juego de
pelota, o frontón, que conoció la villa de Atienza, que al igual que los
pueblos del entorno tuvo gran afición a un juego que fue popular desde los
siglos XV o XVI, hasta no hace demasiados años.
Por supuesto que aquellos hospitales no son
como los que hoy conocemos. El de San Julián atendía, mayoritariamente, a
transeúntes. En el de San Antón todavía se practicaba algún tipo de medicina.
La historia nos dice que trataban mayoritariamente lo que se llamó “el fuego de
San Antón”, una especie de erupciones provocadas por el cornezuelo del trigo y
el centeno. E incluso de llegaron a hacer algunas operaciones, si a la
amputación de miembros podemos llamarla de aquella manera. Puesto que
principalmente de ello se trataba.
Ana Hernando
Ana Hernando nació en Atienza, en el seno de una de las tantas familias
nobiliarias, en torno a 1680, trasladándose con el conjunto de su familia a
Madrid, donde se casó con el caballero Manuel Morán de Mena.
En Madrid falleció, ejerciendo el cargo de cerera de real, el 15 de octubre de
1745, tras otorgar testamento en la Corte el 13 de marzo anterior, al tiempo
que otorgaba poderes a don Manuel López de Aguirre, cura propio de la parroquia
madrileña de los Santos Justo y Pastor y a don Baltasar de Elgueta y Vigil,
caballero de Santiago, coronel de Caballería e intendente de la fábrica del
Palacio Real –en construcción-, natural de Atienza, para que a su vez y siendo
conocedores de sus propósitos, testaran en nombre de ella y de su hijo Manuel
Morán Hernando, de la que era su tutora por ser el hijo incapaz, debido a sus
deficiencias.
Los albaceas, tres años después de su muerte comenzaron a dar forma a las
cláusulas de dicho testamento, en principio complejo, que fue poco a poco
hilvanándose.
Al fallecimiento de su hijo –cuya vida debido a sus problemas no se esperaba
fuese demasiado larga-, y que sería enterrado en la iglesia parroquial de donde
viviere, amortajado con el hábito franciscano, se celebrarían 2.000 misas en
sufragio de su alma, las de sus padres y sus abuelos; el resto del quinto de
los bienes que quedaren, una vez pagados el funeral, misas y sufragios, se
dejarían para capital cuya renta sirviese para dotar a huérfanas y costear
estudios a sus parientes; algo tradicional en la época, entre gentes de
posibles, como doña Ana.
Inventariados y tasados los restantes bienes de Manuel Morán Hernando,
descontado el quinto se harían tres partes, una para sus parientes en grado más
cercano; otra para los parientes vivos por parte de sus padres hasta el cuarto
grado y la tercera tendría que destinarse para construir en Atienza un nuevo hospital,
además de la institución de memorias para casamiento de parientes, dote de religiosas
y estudios de familiares.
La mitad de esa tercera parte la heredaría el hospital que se construyese en la
villa, en esta ocasión para curación de
enfermos, poniéndose el capital en renta o empleándolo en fincas productivas,
siendo recibidos en él, en primer lugar, los enfermos parientes pobres de la
testadora o de su hijo; cumplida esta cláusula, cualquier enfermo de Atienza o
pueblos vecinos; invirtiéndose en la construcción 80.000 maravedíes. El
hospital tendría trece alcobas, seis de ellas para enfermos varones, cuatro
para mujeres y las tres restantes para sacerdotes.
Igualmente el edificio había de contar con habitación para el capellán; un
cuarto para el hospitalero: una cámara suficiente para guardar, tender y cuidar
la ropa; cocina y todo aquello que permitiese el terreno, junto a una capilla
donde se pudiera oficiar la misa y donde serían enterrados los enfermos que en
el hospital falleciesen. Dependería de la iglesia de La Trinidad, siendo su
párroco el encargado de nombrar capellán, con una asignación de 800 ducados
anuales. También sería, el cura de La Trinidad, visitador y encargado de la
admisión de enfermos, sin dar opción a los patronos de oponerse a sus
decisiones. En dicho hospital, para el que dejaba unas casas junto al arquillo
de Palacio, perteneciente a la parroquia de la que había de depender, no serían
admitidos enfermos de tisis o crónicos.
El patronato de todas sus fundaciones estaría compuesto por dicho párroco de La
Trinidad, el Abad del Cabildo de Clérigos, el Padre Guardián del convento de
San Francisco, uno de los regidores municipales empezando por el decano -para
renovarse cada año-, y el pariente más cercano de Ana Hernando, percibiendo
cada uno de ellos 200 reales de vellón al año y otros 200 el Guardián de San
Francisco en concepto de limosna.
El nuevo Hospital de Santa Ana
Los patronos, usando las facultades que les concedía el testamento, acordaron
edificar dicho hospital en una explanada a la entrada de la villa, junto al
lugar en el que se alzaba la picota o rollo, por cuyo motivo fue denominado casa nueva del royo. Las obras para la
construcción comenzaron inmediatamente, y con arreglo a un proyecto bastante
más amplio que el permitido por el pequeño capital destinado para construir el primitivo,
aquellos 80.000 maravedíes –al parecer- daban poco de si en el siglo XVIII, y
el nuevo edificio costó unos cientos de miles. Se levantó en planta
cuadrilátera, con dos pisos, patio central con galerías superpuestas formadas
cada una por seis arcos y a las que rodeaban por tres de sus lados las
estancias para los enfermos, más otras dependencias, mientras que el cuarto
lado lo ocupaba la capilla, con cúpula de media naranja.
Las obras se supone que debieron de comenzar en torno a 1749. Hacía 1751 se
techó el edificio, y en 1753, se colocó el Sagrario de la capilla. Comenzó su
funcionamiento en 1766, cuando en él se refundieron algunos de los otros
hospitales con los que contaba la villa.
En el libro de cuentas del hospital constaba una relación de los bienes que
poseía el año 1770 para atender a su sostenimiento, se trataba de dinero dado a
censo en numerosos pueblos del entorno, como Gascueña de Bornoba, Miedes,
Riofrío, La Bodera, Hijes, Atienza, Imón, Riba de Santiuste, Albendiego, La
Miñosa, etc., por un total de varias decenas de miles de reales. Al suprimirse
antes de acabar el siglo XVIII el hospital de San Antón, fue acordado trasladar
el servicio de cirugía existente en aquel, al nuevo hospital de Santa Ana.
Aquel hospital que idease doña Ana Hernando para la villa de Atienza, y que
merced a sus patronos se edificó con mayores aires, fue un edificio
significativo, tanto por el servicio que ofreció a la población, como por su
permanencia en el tiempo, ya que estuvo abierto hasta mediada la década de los
años sesenta del siglo pasado, convertido en fundación docente –patrocinada por
los hermanos Pascual Ruilópez-, para la enseñanza de los niños de Atienza.
Para la capilla del Hospital se ideó, y a
ella lo trajo el testamentario de doña Ana, el atencino Baltasar de Elgueta, el
Cristo del Perdón de Salvador Carmona.
Fue, sin duda, un pilar más de la reciente
historia de Atienza que el tiempo se encargó de mandar al olvido.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la Memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,