DOS SABIOS EN LA SERRANÍA
Gaspar Casal y Rodríguez de Luna
Cuenta la historia que el 10 de agosto de
1759 se despidió del mundo, en Madrid, donde entonces se encontraba, uno de
aquellos sabios que florecieron en el siglo XVIII, a quien hasta casi la mitad
del siglo XX se tuvo como hijo de la
provincia de Guadalajara, don Gaspar Casal Julián, quien pateó a sus anchas las
altas tierras serranas de Guadalajara, desde la villariega Atienza, hasta
Somolinos. En ambas poblaciones tuvo asiento. De tal manera que alguno de los
más ilustres hombres de letra y pluma, provinciales y nacionales, lo tuvieron
como natural de la villa de los Bravo de Laguna, de aquella Atienza que
floreció, como pocas otras localidades lo hicieron, a la historia y avances de
ese siglo XVIII que tanto y bueno, para la cultura, la ciencia y la historia,
dejó la villa, desde que el siglo comenzó a dar sus primeros pasos, hasta que
las últimas campanadas anunciaron la entrada en el poco menos que patético
siglo XIX.
Al siglo XVIII de Atienza pertenecen los hoy
poco menos que olvidados, y que tanto y bueno dejaron a la historia del reino,
hermanos Elgueta. Don Baltasar, quien en el transcurso del siglo se ocupó de
las obras del real palacio madrileño, y cofundó la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando; además de acercar hasta Atienza a genios del arte como
Ventura Rodríguez o Luis Salvador Carmona, dejándonos en Atienza la magnífica
talla del “Cristo del Perdón”, así como el hoy desaparecido “Hospital de Santa
Ana”.
Quizá sea don Baltasar de Elgueta quien más
destacó en la Atienza del siglo XVIII, pues sus hermanos lo hicieron en lugares
tan dispares como Murcia, donde don Antonio es historia viva del reino; en
Chile, a donde don José llevó el apellido, para dejarlo a la posteridad de su
patria de adopción; o en las salinas de la tierra de Atienza, donde quedó el de
don Pedro, quizá el mejor y más historiado de los administradores reales que
pasaron por ellas.
Su casa hidalga, con el emblema de sus
apellidos se mantiene en la calle más hidalga de Atienza, la que fuese calle
Mayor, que adoptó el nombre de uno de los gremios más pujantes de aquellas
tierras y que hoy, desde el mes de mayo de 1905 pasó a llamarse de “Cervantes”.
También, por aquello de querer estar a
bien con todo el mundo, en el año 1925, dada la situación política por la que
atravesaba España pasó a llamarse “Calle de la Dictadura”, un guiño a quien
comenzó por aquellos tiempos a gobernar el reino; nombre que le fue confiscado
una vez que don Miguel, marqués de Estella, marchó camino del exilio francés en
el mes de enero de 1930.
Gaspar Casal Julián
Sobre el origen atencino de don Gaspar
Gabriel Julián, quizá uno de los médicos más eminentes, y puede que más
humildes de su tiempo, nos decían:
“Sin embargo, la circunstancia de que ya
médico pasó a vivir al lugar llamado Somolinos, distante dos leguas de la villa
de Atienza en donde residió durante seis años, hacen presumir que dicha villa
de Somolinos, cuando no en el mismo Atienza, sean la patria de tan esclarecido
varón, pues es lógico que terminados sus estudios, y estos pudieron serlo en la
Universidad de Alcalá de Henares, pasara a ejercer el sacerdocio de la ciencia
a su tierra natal, iniciándose en el ejercicio de la medicina allá donde
existieran sus padres y sus amigos”.
Lo escribía, hace más de cien años, la
pluma de Ángel Campos, quien por entonces mostraba la sapiencia de su conocimiento
en numerosos medios periodísticos provinciales, entre ellos la revista que
trató de cambiar el sentir atencino, acercándolo a la cultura con letras
mayúsculas: “Atienza Ilustrada”.
También es cierto que el mismo Gaspar Julián
confundió a quienes trataron de averiguar el lugar en el que dio sus primeros
pasos.
Aquel hombre a quien tanto debe la ciencia
como descubridor y primer descriptor del llamado “mal de la rosa”, actualmente
conocido como pelagra, escribió en la única obra “Memorias de Historia Natural
y Médica de Asturias”, que dio a la imprenta junto a Juan Manuel Rodríguez de Luna,
en los primeros años del siglo XVIII; tuvo tanta familiaridad y sociedad con
Rodríguez de Luna como si fuesen hermanos de padre y madre. Dándose por sentado
que ambos compartieron estancia en la villa, al menos, entre los años que
median entre 1706 y 1712. Año este último en el que Gaspar Casal dejó Atienza,
en donde continuó residiendo, hasta algo después 1716, Rodríguez de Luna.
Hoy sabemos que no nos nació por aquí, que
lo hizo muy lejos de estas tierras, en Gerona, el último día de diciembre de 1680.
Pero por aquí se dedicó a la ciencia y por aquí comenzó sus estudios en torno a
la pelagra, o mal de la rosa, escorbuto o miseria. Puesto que Gaspar Casal
dedicó su vida a la medicina, y al estudio de algunas enfermedades, hoy
prácticamente erradicadas, y entonces mal de cada día. Si bien, a pesar de que
su nacimiento tuvo lugar en aquella remota provincia, a los cuatro o cinco años
ya se encontraba por aquí, por la provincia de Soria, ya que en Utrillas pasó
parte de su vida hasta que llegó, apenas obtenido su título de doctor en
Medicina, a la castillera y por él ensalzada villa de Atienza. De ahí la
atribución de su nacimiento.
También contribuyó a la confusión, y no
poco, el propio Gaspar, puesto que en algunos documentos manifestó pertenecer a
la diócesis de Sigüenza, en cuya ciudad se formó, puesto que a la diócesis
pertenecía en aquellos remotos tiempos una parte de la hoy provincia de Soria.
En su testamento, dictado en Oviedo, se confesó catalán de nacimiento.
La soriana tierra de Utrillas era, al
parecer, la tierra natal de su madre; don Gaspar contrajo primeras nupcias con
María Ruiz, nacida en Retortillo. Nuestro hombre debió de llevar a cabo sus
primeros estudios en Sigüenza, y ya médico ejerció su oficio por tierras de
Somolinos, Atienza, Romanillos, Medinaceli, Barahona, Marazobel, Alpanseque,
Riba de Santiuste, Valdelcubo, Miedes, Imón, La Olmeda… Y en Madrid se despidió
del mundo, en su domicilio de la calle del Olmo, para ser enterrado en la misma
iglesia en la que descansa a la eternidad don Lope de Vega, y entre cuyas losas
tenemos a algún que otro guadalajareño más, la iglesia de San Sebastián.
Juan Manuel Rodríguez de Luna
No menos confusa fue la vida de don Juan
Manuel Rodríguez de Luna, quien alcanzó a ser, entre otras cosas, boticario, o
farmacéutico personal del Papa de Roma, de Inocencio XI.
En Roma, y en la Italia a caballo de los
siglos XVII y XVIII transcurrió la vida de este insigne farmacéutico hasta su
llegada a Atienza y su paso a Somolinos. De Rodríguez de Luna escribe nuestro
médico que fue el más excelente naturalista, botánico y químico, de cuantos
conoció a lo largo de su vida, que debieron de ser unos cuantos en alguien que
se dedicó a la sanidad y convivió con los botánicos, naturalistas y químicos de
su tiempo.
El propio don Gaspar, al hablar de tan
eminente hombre de ciencias, nos dice: “¡Qué maravilla, pasar desde la ciudad
de los Papas, a Atienza, para consumir su vida en el trabajo, enviando
compuestos químicos a los boticarios de España, desde aquella rigurosa villa
castellana!”
Juan Manuel Rodríguez de Luna era aragonés
de nacimiento, probablemente emparentado con aquellos papas que llevaron su
apellido, y que con el papa al que servía, cuando el Papa llegó a Madrid para
visitar al rey de las Españas, entonces Carlos II, en lugar de retornar a la
ciudad eterna prefirió buscar la tranquilidad de aquella Atienza mundana a la
que añadió su nombre y a la que unió, para la eternidad, al libro siempre
inacabado de los nombres y hombres sabios en cualquier ciencia.
Dos nombres, el de Gaspar Casal Julián y
Juan Manuel Rodríguez de Luna, que añadir a la siempre inacabada y hermosa
historia de esa villa que se enseñorea de una parte de la provincial
Guadalajara.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,